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ISSN 1989-4163

NUMERO 99 - ENERO 2019

Telegrama Urgente

Francisco Gómez

(Relato incluido en el libro "Sueños de nadie"

Podíamos definir aquel día como uno cualquiera en el conjunto del calendario. La mañana había amanecido revestida de sus quehaceres diarios sin ningún presagio en el ambiente. El tiempo deambulaba por las manecillas del reloj, pacífico, relajado y hasta tranquilo. Digamos más: incluso aburrido.

Llegabas a tu casa tras cumplir desapasionadamente con tus obligaciones laborales. Abrías el buzón y allí estaba ella. Silente, misteriosa, retadora, embaucadora. Sus labios amenazaban tu quietud, el despertar del letargo, el agitamiento de la modorra. Un papel amarillo con el anagrama de Correos y la palabra descorazonadora: urgente. ¿Qué habría ocurrido para merecer tal despabilamiento? El cartero la había depositado en el buzón dormido al no encontrar a nadie en mi castillo de 14 vecinos. Sólo ponía esa frase terrible: telegrama urgente. Sin un remitente conocido. Un destinatario único: uno y sus circunstancias. ¿Quizás esa misiva determinaría los caminos de mi vida en los próximos años? ¿Estaba predestinado ese trozo de papel amarillo a desmontar todo el artilugio mental que te habías montado hasta el día de hoy? ¿La vida podía virar en función del viento que soplara en un simple papel?

Empezaste a pensar quién te enviaría el maldito telegrama. ¿Acaso sería una amante despechada que vía, notificación oficial te exigía ante los tribunales la realización de una prueba de paternidad? Sabía que era un buen m.a. y muchas mujeres complacidas se lo habían asegurado en el tálamo amatorio pero hasta tal extremo…

Ya empezaba a dudar si tendría que reconocer a un hijo desconocido, fruto de una pasión desatada en una noche de alcohol y sexo compartido. ¿Era Marina la mujer enrabietada con el desatino? ¿O más bien Sofía era el origen del la ira jurídico-paterno-filial?

Seguiste dándole vueltas a la cabeza. ¿Cómo te cambiaría la vida con la irrupción inesperada de un infante a las puertas de tu vida cómoda y licenciosa? Tú, que le habías hecho cruces al convencionalismo social del matrimonio. Tú, que te creías el rey del mambo, objeto del deseo de tantas mujeres en la treintena. Tú, el amante inconformista, aquel que piensa que el amor no tiene patente de propiedad. ¿Para qué ser esclavo de una fémina cuando hay tantas bellezas sueltas a la espera de ser devoradas?

Pero aquella carta, esa correspondencia apremiante te desazonaba, reconcomía, te interrogaba. Tampoco venía mal dedicarte a una mujer y unos hijos, cansado ya de ser un devorador nocturno. La quietud del hogar frente al desequilibrio de los garitos con gatitas volubles. La felicidad de los hijos, terribles testigos de tu tiempo pasajero, contra el goce incierto de amanecer en cualquier burdel.
Y si el telegrama anunciaba una noticia de otro cariz, digamos más incierto. Imaginémonos que la misiva corresponde a una respuesta del centro de salud donde hace pocos días te hiciste un chequeo médico. Y viniese el sobresalto inimaginable. “Lamentamos comunicarle que tiene usted un tumor localizado en la parte occipital de su cerebro. No sabemos cuándo producirá metastasis. Esté preparado. Su tiempo vital puede ser sólo de varios meses. Lo sentimos”.

Mazazo al sentimiento, el pensamiento y al corazón. Con el papel todavía en las manos, temblequeando el espíritu, el miedo a flor de piel y la angustia presta a escaparse por los ojos. Caronte quiere cobrarse una nueva pieza mas haremos todo lo posible para desafiar al destino. ¿Qué actitud tomar entonces? ¿Volvernos licenciosos y explotar al máximo las posibilidades del placer sin sentido ni freno? ¿Periclitar mi escasa fortuna con mujeres malas (que a lo mejor son las buenas) en goces fatuos? ¿Acaso seremos más estoicos y disfrutaremos de los placeres sencillos de la vida? Los amaneceres en el campo, las puestas de sol en la playa, la arquitectura de los árboles cimbreados al compás del viento, la alegre algarabía de los niños en los parques mientras persiguen las rutas del columpio y los vericuetos de la pelota de fútbol. ¿Visitaremos los lugares a los que siempre soñé acudir? ¿Hablaremos con quienes perdimos la amistad? ¿Rendiremos los últimos cultos gastronómicos a la orilla del mar junto a una samaritana del amor y el sexo que nos brinde su calor y cobijo?
Aunque no sé por qué tenemos que situarnos siempre en el peor de los polos. ¿Quizás la condición del hombre sea enfangarse hasta las rodillas en la amargura, el masoquismo personal, el naufragio sentimental, el ocaso de las esperanzas? Vamos a pensar que este telegrama trae venturas agradables. La diosa fortuna arroja su diana sobre sus sedientos elegidos y resultamos vencedores del sorteo. Un tío de América, Asia o más bien Oceanía nos lega su emporio al fallecer sin herederos. Un uno seguido de muuuuuuuuuuchos ceros. ¿En qué nos convertimos entonces? De estar casi siempre lampando la nariz a poder disfrutar de compañía de las mujeres más bellas, los trajes más elegantes, los coches más potentes, los viajes más exóticos, los chalés más paradisíacos a la orilla de Acapulco, el Peloponeso, la Riviera Francesa o la Costa Brava. Vivir como un maharajá gracias al beso mágico de la casquivana suerte. ¡Qué bendición más insospechada, qué delicia sin límites! ¿O quizás no? ¿Será algo más práctico y pedestre? ¿No me habrán notificado que debo formar parte de un jurado con obligación de acudir sin remedio a la llamada de la lex? ¡Maldito sea el capricho esquivo! Tú, que nunca has querido saber nada de líos legales y de pendencias en los tribunales, ahora te ves obligado a ser miembro de un grupo de hombres y mujeres sin piedad que juzgarán a un tipo que podrías ser tú en una situación semejante. No me gusta ser víctima. Tampoco verdugo y aquí nos vemos en el aprieto de rendir culto a la mano alargada de la justicia. A decir verdad, siempre preferimos que nos juzgue un señor profesional con su carrera y oposiciones. Sus años de prácticas en juzgados de aquí y allá; a vernos en las manos de un comercial informático, un oficinista, un albañil, un tendero y una ama de casa. El prójimo sugiere cada vez más miedo y es más inmisericorde en sus decisiones. Ya lo dice un libro: “Guárdate de la ira del justo” y hay demasiados justos sueltos…
Nuestro héroe, hipocondríaco, insustancial, impenitente y un punto inmaduro navega en la mar de las cavilaciones en las revueltas del insidioso futuro hasta que arriba a las puertas de la oficina de Correos.

-Señorita, una pregunta por favor, ¿por qué no indican en esta nota quién es el remitente del telegrama?

-Nunca se ha hecho. ¿No vamos a hacerlo a partir de ahora?

-¿Y cómo no? Las costumbres están para cambiarlas.

-¿Quién es usted para decirnos qué tenemos que hacer?

-Yo. Nadie. Nada. ¿Quién soy para alterar el rumbo del sistema? Líbreme el procedimiento administrativo. Aquí tiene mi DNI. Deme el dichoso telegrama.

“Por la presente le comunico que tiene de plazo dos días naturales para presentarse al área 19 con motivo de su incorporación a un puesto de trabajo en el Hospital General como celador en los meses de julio y agosto. Improrrogables”.

Nuestro gozo en un pozo. Tanto trabajo al cerebelo para nada. Esto pasa por tener una imaginación delirante. ¿Cuándo aprenderás? ¿Telegrama urgente? Telempanada mental.

 


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